Me miras fijo y yo te miro más fijo aún. Eres así... pura pasión bajo mantos de hielo. Tu voluntad quebranta la mía cuando me miras de esa forma, especial y cómplice. Estoy feliz cuando no me hablas con palabras, mi alma se queda en el firmamento cuando tus miradas se vuelven mi realidad. Nunca desaparecerá la magia de tu mirada clavada en mis púpilas, dulce y misteriosa.
Respiro cuando tu mirada me dice "Te amo", no es ese "Te amo" dicho con ligereza, es lo que Sternberg formula en su famosa teoría del triángulo. Es ese amor, consumado de una manera única, espiritual. No física sino etérea. Tus ojos me quieren y yo te quiero.
Te quiero... Porqué? Porqué en cada momento me impulsas a seguir respirando con tu aliento silencioso, porque me regalas momentos de infinidad sin finales. Por el solo hecho de que eres tu la que me inspira a escribir como tonto enamorado, o mejor dicho, tonto amado.
No puedo creer cuando tus brazos me reciben en un tierno abrazo y tus ojos me envuelven el alma con suavidad de plumas cayendo del cielo, nevando y dejando mi cabeza como la nieve recién caída.
Porque tu eres pureza, pureza en tu manera de amarme en silencio, sin palabras lúgubres repetidas y sin sentido. No hablas demasiado pero tu mirada me concede espacios que no has dado a nadie. Siento que la intimidad que se resguarda en nuestras miradas es la más pura, sencilla y sin vueltas, regodeos. Sempiterna, regalo de la luna, luz blanquecina y plateada. La más bella de todas las ninfas que he podido divisar. Tu mirada no enganha jamás cuando miro en ellas, no me escondes secretos sino me pasas todo lo que sientes en un parpadeo, en un aleteo de pájaro campana.
Parpadeas y parece que son pequenhas campanas que adornan tus pestanhas, llama que me atrae a un lugar cálido nombrado intimidad. Intimidad en nuestras púpilas marrones con motitas doradas, en esas pestanhas espesas y gruesas que llegan hasta tus altos pómulos, como los montes de las Dolomitas, mi monte de partida, mi monte de renacimiento.
He amado y amaré hasta que dejaremos de ser y aún así tu mirada perdurará por los siglos de los siglos. Intacta e impoluta, indómita y con la salvaje sinceridad que te ha caracterizado desde que he tenido el gran privilegio de llamarte mía y darme paso a tu mirada más íntima, a tu sagrado templo que es tu mente. No has confiado en nadie más que en mi, indigno de esa benevolenta gracia que me has concedido al dejar que pueda meterme en lo más profundo de tu alma.
Está es intimidad, la de dos miradas que chocan como olas contra arrecifes y vuelven a su lugar de origen. Este es mi amor hacia ti, sin falsedades y insinuaciones físicas, necesidad. Es la necesidad de intimidad espiritual, emocional y mental. Esa es la intimidad que encontramos al mirarnos por primera vez a los ojos. Desde ese entonces supe que eras mía, desde esa mirada misteriosa bajo pestanhas obscuras que me lanzaste, intrépida y desafiante. Desde ese momento supe que eras mía. Que jamás compartiría tu mirada con nadie, que no te soltaría. Y ves, hasta ahora no te he soltado porque simplemente te pertenezco.
Está es la intimidad, la intimidad de dos miradas y hasta ahora no la has apartado de mi. Tu mirada.
Mi mirada, fundida para siempre en una voluntad pétrea de consumadas promesas.
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